Bienvenidos a nuestro pequeño rincón de fantasía donde la imaginación se convierte en el instrumento más valioso y los sentimientos cobran vida en los personajes de nuestras historias. Echad un vistazo y juzgad como os parezca. Ante todo, buscamos un diálogo con nuestros lectores, que compartan sus opiniones, que sugieran temas sobre los que escribir y que, si encuentran inspiración se animen también a escribir. Porque no hay nada más bonito que poder expresar tus emociones y que otros compartan los suyos contigo. Así que adelante, tiraos a la piscina.

29/7/14

Frente a la ventana.

Un cielo precioso. Manchado de tonos rosados, turquesas y borgoñas. Tan delicioso como nubes de gominola recubiertas de chocolate. Las de tormenta, a su izquierda, oscuras y tristes; a su derecha, ese universo infinito de felicidad;  y al final, los resquicios de un sol perezoso que ya dormita. La luz desciende a cada minuto, las farolas alumbran las aceras y allá, desde su ventana, observa el sentido de los árboles mecidos por el viento helador que le obliga a llevar una manta sobre los hombros. La gente pasa ante sus ojos, pero no los mira; está atenta al recorrido celestial, como intentando descubrir algo imposible.
Un papel escrito sin tachones, no es un papel; y el suyo tiene muchos. No dice nada, pero lo escucha todo; puede que nadie lo haga tan bien. Ya es de noche, pero lo conoce todo y no necesita más tiempo. No hay ninguna luz que encienda sus ojos de gata, ni sonido que la embriague. La inmensidad le invade, completa hasta el estómago, haciéndole tomar una bocanada entrecortada de aire. Falta una cosa: la esfera que la hace enloquecer dos veces al mes. No está, hoy no. Y la echa de menos a pesar de todo.
Si Antoine de Saint-Exupéry estuviese aquí se corroboraría en lo de que lo esencial es invisible a los ojos. Como se suele decir: la procesión va por dentro; y unas hormigas que no se detienen, van y vuelven como llamadas por un impulso mayor. No hay camino que recorrería tantas veces como el de las pecas que le llevan hasta tu boca. Aunque alguna, perdida, se desvíe en otra dirección que se ha aprendido ya de memoria. Nunca nadie sabrá cuanto deseó esa noche ver la luna reflejada en sus ojos frente a ese cristal; ni la fuerza con la que clavó las uñas contra las sábanas de aquel destartalado colchón. Mosquitos que le dejarían tantas marcas en la piel como lo hacías tú, pero que siempre conseguiste superar. Mordiscos de manera inadvertida y sigilosa, en el fondo dolorosa. Y aquellos 4 relojes con el tic-tac al unísono.
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