Bienvenidos a nuestro pequeño rincón de fantasía donde la imaginación se convierte en el instrumento más valioso y los sentimientos cobran vida en los personajes de nuestras historias. Echad un vistazo y juzgad como os parezca. Ante todo, buscamos un diálogo con nuestros lectores, que compartan sus opiniones, que sugieran temas sobre los que escribir y que, si encuentran inspiración se animen también a escribir. Porque no hay nada más bonito que poder expresar tus emociones y que otros compartan los suyos contigo. Así que adelante, tiraos a la piscina.

21/7/14

La madriguera del Conejo Blanco III

Tercer capítulo

 Atravesé las puertas del comedor con mi tutor por delante. Era un espacio bastante grande situado en la tercera planta. Una de las paredes era únicamente de cristal y desde allí podía verse gran parte de la ciudad. Había mesas rectangulares, cuadradas y redondas repartidas por toda la sala. En la pared contraria al ventanal había fila para rellenar las pipetas y al lado varias máquinas expendedoras con bebidas de todas clases. Al final del todo alcanzaba a ver lo que parecía un rincón de juego con actividades de entretenimiento, una mesa de póquer, varias maquinas de videojuegos y otras de baile.
  • A las doce en el despacho.- me dijo Arthur momentos antes de volverse y marcharse. Eché un vistazo a las mesas ocupadas y en una de ellas encontré a Paul, sentado con otros chicos de su edad. Cuando me vio me sonrío y se giró para decirle algo a sus amigos. Uno de ellos le dio una palmadita en el hombro y todos se echaron a reír. Finalmente se levantó y vino hacía mí.
  • Hola Liam ¿Te acompaño a rellenar las pipetas?
  • Claro. Gracias.
  • De nada.- dijo y nos colocamos en la fila.
  • ¿Que tal con tu tutor? Tiene fama de viejo gruñón.
  • Y no sin razón. No se, es algo estricto pero me cae bien.
  • Me alegro. Lo cierto es que no hablan muy bien de él pero hay que reconocer que es de los que mayor porcentaje de éxito tiene con sus terapias.
  • ¿Qué dicen de él?
  • Bueno, es... un forlasita.-Lo suponía, no me sorprendió en absoluto.
  • Aam...- Temía la dirección que había tomado la conversación. ¿Cómo se supone que debía actuar?¿Fingir ser lo que no soy y hablar del tema como si no fuera conmigo?.-No tengo nada en contra de ellos. Realmente no creo que supongan ningún peligro.
  • ¿En serio? No se. En el colegio conocí a uno. Estaba siempre alterado y nervioso.- No, estaba claro que no podía quedarme callado.
  • Estas estudiando psicología y sabes que los niños son muy influenciables. ¿Crees que sería muy difícil convencer a cualquiera de que realmente tiene un problema? Se lo creerá y empezará a actuar en consecuencia. Si a eso le añades que todos a su alrededor lo temen, evitan e ignoran... que incluso sus padres comienzan a tratarlo de diferente manera, avergonzándose de su propio hijo. Me parece una respuesta totalmente normal.- intenté mantener un tono neutral, sin elevar la voz. Cuando terminé me encogí de hombros y aparté la vista.
  • Es posible... ¿He tocado un tema sensible?- Suspiré. Debía mentir.
  • Tuve un amigo... Nuestros padres se conocían así que nos veíamos a menudo. En su casa. En la nuestra. Éramos practicamente inseparables. Hasta que cumplimos los seis años. Las pruebas determinaron que era forlasita y eso lo cambió todo. Mis padres aparentaron que no les importaba pero no era cierto y cada vez nos fuimos viendo menos. Hasta que simplemente dejamos de saber el uno del otro.
  • Vaya, lo siento.
  • Pasó hace mucho. Apenas me acuerdo pero simplemente me cuesta aceptar que verdaderamente sea un problema. Son diferentes, eso es todo.
  • Nos toca.- tenía razón, era nuestro turno. Coloqué el estuche en la ranura y pasé el brazalete por el detector. En un minuto se llenaron al completo.
  • ¿Tú ya has comido?
  • Si pero acompáñame. Vamos a coger un refresco.- Andamos unos pasos hasta las maquinas expendedoras. Paul marcó el número de la bebida que quería y esta cayó a la parte de abajo de dónde la recogió.- ¿Todavía no has visto la zona de entretenimiento no?- negué con la cabeza.- Pues ¿A qué estamos esperando?

Paul era un excelente jugador. Nos enfrentamos en batallas intergalácticas, peleamos en un rin y todas las veces que jugué contra él perdí. Estaba perdiendo las ganas de jugar cuando me fijé en la zona de baile. Había dos paneles en el suelo y una pantalla enfrente de cada uno. Paul se dio cuenta de hacía donde miraba y empezó a dar marcha atrás mientras negaba con la cabeza.

  • No no no. Yo no bailo.
  • Venga, todo este rato has estado eligiendo tu. Me toca a mi.
  • Pero...
  • Nada de peros. Vamos.- Y lo empujé por la espalda hasta los paneles.
  • Nunca he jugado a esto.
  • Pues ya estamos en las mismas condiciones. Ya era hora de que tuvieramos una competición justa.- Al estar los dos sobre los paneles, las pantallas se encendieron y tras ajustar el juego a nuestro gusto empezamos a bailar. Bueno, no estoy seguro de que lo que hicimos se pudiese considerar baile pero movimos brazos, piernas y caderas tratando de imitar al personaje que salía en pantalla. Acabamos exhaustos y con un claro vencedor.
  • Quiero la revancha.- dijo entre jadeos.
  • ¿Has visto las puntuaciones? Ni aunque recibieras clases de baile. Está claro que el ritmo no es lo tuyo.
  • Parece que no.-dijo riendo.



Ya en el despacho Arthur tenía otra terapia que duraría una hora así que la ocupé estudiando el perfil de Lily Page como me había dicho. Cuando volvió me lanzó un libro a las piernas y me dijo que empezara a leerlo. Hablaba de la psique humana y de sus alteraciones y, muy de mala gana, obedecí. A las dos me marché a casa ya cansado de las emociones del día y no volví a salir hasta bien entrada la tarde.

  • Mamá, me llevo a Andrei al parque- Grité desde la entrada de casa a la vez que con una mano en la espalda del pequeño le animaba a continuar hacía la puerta.
  • Vale, no volváis tarde- respondió desde su habitación.

No tardamos mucho más de cinco minutos en llegar andando. Andrei me cogía de la mano derecha a la vez que sujetaba un balón con la que tenía libre. Sonreía. Le encantaba ir al parque y a mi me encantaba verlo feliz.

  • ¿Quieres que te guarde el balón?
  • No, puedo yo.
  • De acuerdo. ¿Qué tal ha ido el primer día de clase? ¿Has hecho muchos amigos?
  • Si, he hecho 20 amigos.
  • ¿Tantos? Vaya, eso está muy bien.- Me preguntaba cómo era posible que supiera la cifra exacta cuando aún se liaba a veces al recitar los números hasta el 30.-¿Y qué habéis hecho hoy en clase?
  • Mmm... la profesora me ha enseñado cual es mi pupitre. Nos hemos sentado todos y hemos dicho el numero que nos tocaba por el sitio. La profesora 1. Edwar 2. Yo 3. Ben 4... y no me acuerdo de más. Así hemos llegado hasta 22 que le tocaba a Sophia.- Si, eso explicaba lo de los 20 amigos.
  • ¿Te gusta la profesora?
  • Si, mucho. Se parece a la tía Emily. Pero se llama Charlotte. Ha escrito su nombre en la pizarra y luego hemos salido nosotros por orden a escribir el nuestro.
  • ¿Y te has puesto nervioso cuando has salido tú?
  • No. Nada.
  • Que valiente.
  • La profe me ha dicho que lo he he hecho muy bien.
  • Seguro que sí.

Ya habíamos entrado al parque y ahora andábamos por una camino de tierra rodeado de árboles en dirección al parque infantil. Antes incluso de que cruzáramos la valla de colores que separaba el recinto infantil del resto del parque Andrei reconoció a unos chicos que jugaban con un balón.

  • ¡Mira Liam! ¡Son mis amigos del cole! ¿Puedo ir a jugar con ellos? ¿Puedo?- había juntado las manos en señal de súplica y daba saltitos de emoción.
  • Claro. Yo estaré en ese banco de ahí.- Y echó a correr hacía los otros niños. Pude ver como se acercaba a ellos. Primero con timidez en el primer contacto pero en seguida con soltura en cuanto le pasaron el balón. Eché un vistazo al resto del parque. Tanto los columpios como el tobogán estaban ocupados por críos que no llegarían a los siete. Se les reconocía porque a muchos de ellos todavía no les habían implantado el brazalete y los que si tenían lo llevaban todavía vendado. Andrei cumplía los seis la semana que viene y el mismo día de su cumpleaños pasaría por quirófano para implantárselo. También le harían un escáner cerebral y pruebas de ADN para sacar tanto sus particularidades mentales como sus necesidades fisiológicas y así elaborar su dieta ideal. No estaba preocupado por él. No le pasaría lo mismo que a mi. Tenía a Eze. Y eso me tranquilizaba.
    Aparte del grupo donde estaba jugando Andrei los demás niños pasaban el rato "a solas". Una chica sentada en el suelo jugaba a las palmas con el aire. Traté de imaginarme a su hospe jugando con ella, una niña más o menos de su estatura sentada en frente y moviendo las manos al compás de la otra. Otro niño parecía huir de la nada, sorteando árboles y otras personas; de vez en cuando se paraba en seco, se quejaba y pasaba él a perseguir a la nada. Había madres y padres que se sentaban en bancos desocupados para hablar a solas. Una mujer se reía mientras lanzaba miradas al espacio de su derecha como si alguien le hubiera comentado algo muy gracioso. Alguna vez había fingido que hablaba con mi hospe solo por aparentar y no llamar la atención. Pero eso me hacía sentir peor, la realidad de que no estaba hablando verdaderamente con alguien me golpeaba con furia. A los cinco minutos de estar sentado en el banco manipulando mi brazalete, entrando y saliendo de redes sociales donde apenas tenía amigos, encontré una cara conocida conduciendo un carro de bebé. Alcé la mano para llamar su atención.
  • ¡Sarah!- Ella se giró en mi dirección y finalmente me vio. Sonrío y empujó el carro hacia el banco donde me sentaba. Llevaba puesto un pañuelo blanco que le cubría el cuello, un vestido azul claro y unas sandalias también azules. Me levanté para saludarla con dos besos y despúes ambos nos sentamos en el banco.
  • ¿Qué haces aquí?- Como respuesta le señalé donde se encontraba Andrei.
  • Creo que nunca me has presentado a esta preciosidad- dije asomándome al interior del carro.
  • ¡Anda! ¡Es verdad! Pues esta es Alba, la personita a la que más quiero en este mundo... Oh Sylvian, no te ofendas, tu eres diferente, formas parte de mi.- Me miró y puso los ojos en blanco.- Por cierto, esta mañana con los nervios se me pasó preguntarte si habías conseguido entrar en lo que querías. ¿Ha sido así?
  • Si... bueno, no exactamente. Me admitieron para estudiar psicología, lo que no me esperaba es que me destinaran a la prisión psiquiátrica- Sarah abrió los ojos como platos y se llevó la mano a la boca.
  • ¿En serio? Vaya, y... ¿Cómo es?
  • Apenas he visto las instalaciones por dentro. Tan solo el despacho de mi tutor y el comedor.
  • Que raro, mi primer día no ha consistido en otra cosa. Nos han enseñado todas las plantas y sus funciones.
  • Y ¿Qué tal?
  • Es todo muy emocionante. Mi tutora es pediatra lo que es estupendo porque me encantan los niños. ¿En qué consiste el trabajo de tu tutor?
  • Elabora y pone en práctica terapias para internos y reclusos. Tiene a su cargo a cinco personas a las que trata personalmente, pero todavía no lo he acompañado en ninguna sesión. ¿Te has encontrado con algún rostro conocido en el hospital?
  • ¡Si! A Troy Wilson y a Amelia Prior además de otros de años anteriores que no se si conocerás. ¿tu?
  • Nadie. Soy el único de este año.
  • Que mala suerte.
  • Si, suerte...- Sarah sabía lo que quería decir y me miró con compasión.
  • Verás como te acabará gustando. Parece un trabajo excitante, trabajarás con criminales.
  • Y con locos, con muchos locos.

Estuvimos hablando un buen rato. No volví a sacar el tema de su familia. Si alguna vez quisiera hablar de ello conmigo la escucharía y haría lo posible por ayudarla pero hasta entonces no la forzaría. No sin saber como arreglar las cosas. Me sentía muy cómodo a su lado.Tenía la sensación de que le podía confiar todo. Aunque había algo que me inquietaba cada vez que hablaba con ella. Una pequeña parte de mi temía a Sylvian, su hospe. Nunca llegaría a conocerla y sin embargo ahí estaría, siempre observando a través de los ojos de Sarah. La idea me daba escalofríos. No sabía si algún día llegaría a entender como es tener a alguien dentro de la cabeza. Cerca de las ocho nos despedimos y volví con Andrei a casa donde encendí el televisor y asistí a mi segunda clase.

Los días siguientes transcurrieron sin sobresaltos. Arthur no me permitió acompañarle a ninguna terapia pero me enseñó a elaborar las más sencillas a partir de los casos más comunes entre los reclusos e internos. A final de semana me dejó hacerlas a mi solo y cuando terminaba se las enseñaba y me las corregía señalándome los errores. Resultó ser un buen profesor a pesar de nuestras riñas. Seguí estudiando el historial de Lily Page y a mitad de semana comencé con los registros y anotaciones de Arthur. Eso me iba a llevar al menos una semana pues incorporaba además las grabaciones de todas las sesiones. Cada vez anhelaba más acompañarlo, sentía que podía ayudar a esas personas. Quería participar, si era posible, en su reinserción.
En algunos tiempos muertos que no tenía nada que hacer aproveché para leer Alicia en el pais de las maravillas, libro que conforme lo leía me iba gustando cada vez más. La hora de descanso la pasaba siempre con Paul. No sabía por qué prefería mi compañía a la de sus amigos pero no me importó en absoluto. Charlábamos y reíamos de casi cualquier cosa. El viernes me pidió que abriera la aplicación de los planos en mi brazalete y así lo hice. Después me agarró de la muñeca e introdujo una serie de números. "Así sabrás siempre dónde encontrarme" me dijo. Y a partir de ese momento en los mapas también me aparecía un punto azul, Paul. Yo introduje también mi número identificativo en su dispositivo y con eso quedó implícito nuestro acuerdo de amistad. También me nombró ese día que se celebraba una fiesta en un claro del bosque y me preguntó que si quería ir. Yo le respondí que si, nunca había asistido a una y me apetecía mucho.
Por el momento decidí ocultarle a Paul que era un forlasita. Eso podría estropearlo todo y por primera vez en mucho tiempo creía que las cosas me iban bien.

Las hojas secas crujían bajo nuestros pies, el viento mecía las ramas de los árboles y de vez en cuando, si se prestaba atención, se oía el suave ulular de los búhos, la melodía de los grillos e incluso la rápida escalada de alguna ardilla sobre un tronco. Después de casi media hora andando y sólo escuchando los sonidos del bosque a media noche, la débil música que comenzó a llegar a nuestros oídos casi parecía irreal.

  • ¿La oyes?- Me preguntó Paul que se había detenido un momento a escuchar. Asentí con la cabeza. Sin duda era música. Una sonrisa le cruzó el rostro y con un rápido gesto de la mano me indicó que le siguiera- Vamos, ya estamos cerca- Y echó a andar, ahora con más apremio que antes.
  • Tengo que reconocer que creía que nos habías perdido.
  • Te dije que sabría llegar. Tienes que confiar más en mi.
  • Si yo confío. Pero juraría que hemos pasado dos veces por el mismo árbol.
La música iba subiendo de intensidad y a unos cien metros empezamos a distinguir la luz de las hogueras. Algo cayó sobre las hojas a unos pocos pasos de nosotros y ambos dimos un brinco. Entre los árboles vimos dos siluetas abrazadas en el suelo y besándose. Nos miramos y sonreímos y llevándome el dedo índice a los labios en señal de silencio le dí un pequeño empujón y nos marchamos procurando no hacer ruido. Cuando estuvimos lo suficientemente lejos para hablar sin que nos oyeran dije:

  • Parece que han empezado la fiesta sin nosotros.
  • Y que lo digas.
En cuestión de segundos llegamos al claro donde se celebraba la fiesta. Había alrededor de cincuenta personas repartidas entre sofás destartalados y bidones metálicos con leña ardiendo en su interior. Habían colocado una improvisada tarima en el centro con tablas de madera y sobre ella un par de chicas bailaban al ritmo de la música. Desde uno de los sofás un chico rubio de pelo largo reconoció a Paul y nos saludó.
  • Paul, hacía tiempo que no venías por aquí. ¿Quién es tu nuevo amigo?
  • Este es Liam, es nuevo en el psiquiátrico.
  • ¿No me digas!- Pasó a mirarme a mí visiblemente sorprendido- Pues te daré un consejo Liam. Encierra a este lunático en cuanto tengas oportunidad, Dios sabe que está más loco que cualquiera de nosotros.
  • Cállate Quiran- gruño Paul. Pero el chico rubio no parecía tener intención de callar.
  • ¿No se lo has contado?- Abrió los ojos como platos y recostándose sobre el sofá mirando al cielo empezó a reírse a carcajadas. Creo que iba con un par de copas de más. Se irguió de nuevo y me miró- Paul es toda una leyenda. En uno de sus brotes psicóticos...
  • No fue ningún brote psicótico.- le cortó Paul claramente molesto.
  • Pues en una de sus neuras...
  • Tampoco, no fue nada de eso.
  • ¡Paul! Deja de interrumpir, la historia la estoy contando yo- Paul levantó los brazos en señal de rendición, se dio la vuelta y se marchó confundiéndose en la multitud.- Así me gusta. Como iba diciendo algo debió de perturbar la paz de nuestro héroe porque un día de madrugada se marchó de la ciudad.
  • Eso no es posible.- dije. No tenemos permitido salir y entrar de la ciudad sin un permiso especial. Debía de estar tomándome el pelo.
  • Él lo hizo posible.- dijo muy serio lo que me hizo pensar que tal vez estuviera hablando en serio.- Nadie sabe cómo logró evadir la seguridad y salir sin autorización, ni que le hizo cometer tal estupidez. Al cabo de 24 horas de denunciar su desaparición se presentó como si nada a las puertas de Terlasca.- Paró para darle un trago a la botella de alcohol que sujetaba con la mano derecha. Se limpió con la manga de la izquierda y continuó hablando.- Hay que tenerlos bien puestos para hacer lo que hizo y lo respeto por ello. Pero el asunto mosquea bastante ¿verdad?


Después de la asombrosa revelación de Quiran la conversación perdió todo mi interés. Al parecer Paul y él eran viejos compañeros de escuela, habían vivido mucho juntos pero desde que ocurrió lo mencionado antes se distanciaron. Quiran no llegó a perdonarle que no confiara en él para contarle lo que sucedió. Ya me había despedido de él y en ese momento buscaba a Paul con la mirada. No lo encontraba por ningún lado.

  • Hola.- dijo una voz a mi derecha. Era una chica más bien bajita, de pelo oscuro y ondulado y de piel clara como la nieve.
  • Hola.- le respondí.
  • Me llamo Susanna. No vienes mucho por aquí ¿no?
  • Yo me llamo Liam y no, ¿Se me nota mucho?
  • Bueno, pareces algo perdido.
  • Estaba buscando a alguien.- Eché un último vistazo al claro pero no había ni rastro de Paul- Pero puede esperar.- Le dije con una sonrisa. Ella sonrió a su vez y comenzamos a charlar. Era un chica muy interesante, lista y divertida. Estaba en su segundo año como estudiante de derecho y me contó que entre sus aspiraciones estaba la de ser juez. Según me dijo en la carrera de derecho todos pasaban a ser ayudantes de abogados y en el tercer año si lo solicitabas te hacían un examen y si eras de los que mejores notas había sacado te asignaban un nuevo tutor, esta vez juez, para finalmente acabar siendo uno. Tenía un mechón de pelo que mientras hablaba acababa siempre sobre su ojo y lo apartaba colocándolo detrás de su oreja en un gesto inútil pero sencillamente hermoso. Seguía ensimismado con su rostro cuando, para mi consternación, había dejado de escucharla y ahora estaba callada, esperando una respuesta. Pero ¿Cuál era la pregunta? Ya iba a poner cualquier excusa estúpida cuando en los altavoces empezó a sonar una canción lenta. Ella también se dio cuenta y me miró sonrojada.
  • ¿Quieres bailar?- le pregunté ofreciéndole la mano. Ella la aceptó y la guié hasta el centro del claro donde se habían colocado otras parejas. Coloqué su mano sobre mi hombro, le cogí por la cintura y comenzamos a bailar. Entrelazó sus manos detrás de mi cuello y fuimos estrechando las distancias conforme se acercaba el final de la canción. Me incliné hacia ella dispuesto a besarla y cuando apenas quedaban unos centímetros oímos un carraspeo a nuestro lado. Nos giramos y nos encontramos con la mirada ¿reprochadora? de Paul.
  • Siento interrumpir. Liam, tengo que enseñarte algo.
  • ¿Ahora?- exclamé atónito.
  • Si, ahora.- dijo muy serio. ¿Que mosca le había picado? Suspiré y me giré hacia Susanna.
  • Tengo que irme. ¿Nos vemos luego?
  • Claro.- respondió también disgustada.
Me separé de ella y seguí a Paul que ya se había dado media vuelta.
  • ¿Se puede saber que te pasa?- le pregunté cuando lo alcancé.
  • ¿A que venía eso?- me preguntó sin mirarme.
  • ¿A que te refieres?
  • Nada, no importa.- Dijo mirando al suelo. Decidí no seguir insistiendo.
  • ¿Dónde vamos?
  • En seguida lo verás.
Llegamos hasta el linde del claro e incluso sorteamos algunos árboles hasta llegar a otra zona de sofás y bidones ardiendo. Estaba claro que algo raro pasaba allí con tan solo mirar a la gente que había tirada en los sofás e incluso en el suelo. Algunos parecían dormidos mientras balbuceaban cosas inteligibles y otros, aunque despiertos, parecían ausentes. Fuimos directamente hacía una chica con el pelo corto y teñido de rosa. Nos estaba esperando.

  • Esta es Priscilla.
  • ¿Cuántas quieres?- le preguntó ella, directa al grano.
  • Dame dos.- Priscilla sacó una pequeña caja. La abrió y sacó de ella dos pastillas que dejó sobre la mano extendida de Paul. No podía creerlo. Me giré muy enfadado hacía él.
  • ¿En serio?¿Me has traído aquí para que me drogue?
  • No lo entiendes, esto es diferente...- El gemido de un joven que estaba sentado junto a Priscilla lo interrumpió. Estaba dormido pero había empezado a moverse y a murmurar.
  • ¿Qué le pasa?- dije mirando al chico.
  • Se ha reencontrado con su Hospe.- respondió la chica.
  • ¿Y que coño significa eso?- Esta vez fue Paul quién respondió.
  • A esto lo llamamos éter- empezó enseñándome las pastillas- y te sume en una especie de trance en el que tú y tu hospe os encontráis en el mimo plano. Es difícil de explicar pero es como si por unos momentos lo tuvieras junto a ti realmente, podéis tocaros, sentiros el uno al otro...- El joven que estaba en "trance" volvió a interrumpir con otro gemido. Esta vez pudimos ver como su respiración se aceleraba y agarraba con fuerza la tela del sofá. Podría haber pensado que soñaba con cualquier otra cosa sino fuera porque su pantalón empezaba a dar de sí. No podía ser cierto...
  • ¡Oh, venga ya! ¿Se lo está follando?
  • Cada uno vive su relación con su hospe libremente- dijo Priscilla.
  • Ya he tenido suficiente.- dije dándome media vuelta para volver al claro. Paul me alcanzó y me detuvo sujetándome del brazo. Me libré de él con un estirón y dí un par de pasos hacía atrás para poner distancia entre nosotros.
  • De acuerdo, perdóname. No debería haberte enseñado esto.- No respondí, solo me quedé mirándolo furioso.- Lo he entendido ¿Vale? Nada de drogas. Por favor...- Le miré a los ojos. Parecía verdaderamente arrepentido.
  • Vale- Opté por decir finalmente.- Volvamos a la fiesta.
Tardamos un rato en volver a la normalidad pero en cuento logramos olvidarnos del tema empezó la verdadera diversión. Cogimos dos vasos de plástico de una mesa que había a un lado del claro. Y los rellenamos de alcohol una vez. Y otra. Y otra más. Bailamos hasta caer rendidos. En realidad, no recuerdo cuando paramos, tan solo cuerpos en moviento, música, la tarima, luces brillantes, Paul, una chica.... Y sin saber cómo, aparecimos sentados en un tronco del bosque, solos y, por la música, bastante lejos del claro. Paul me estaba hablando pero no lograba prestarle atención.

  • Lo siento, lo siento, no se que me pasa... bueno, en realidad si pero... Liam, ¿estás bien?
  • Si, creo que sí. Solo estoy un poco mareado- dije sin mucho convencimiento. Me sentía raro.
  • Lo que quería decirte es que...- le miré. Su ojos brillaban. No, no eran sus ojos, era toda su cara. Brillaba con una luz blanca como la de la luna. Una luz muy bonita. Era muy extraño. Cerré los ojos para comprobar si podía ver el brillo a través de los párpados. Y así era. Sonreí y los volví a abrir. Pero el rostro que tenía delante ya no era el de Paul sino el de Sarah. Estaba preciosa. La marca de su cuello había desaparecido y llevaba puesto un vestido de encaje blanco. Tenía el pelo rubio suelto y se movía con el viento reflejando haces de luz como si fuera oro. Sus ojos azules me eclipsaron y cuando se inclinó para besarme le correspondí con pasión. Como si cada beso fuera el último. Enterré mi mano en su cabello pero incluso esa distancia se me antojaba demasiado grande. Me arrodillé en el suelo y le cogí de la cintura atrayéndola hacía mí. Despacio, la tumbé en el suelo mullido por las hojas y me coloqué sobre ella mientras nos besábamos con fulgor. Con una fuerza que no creía que pudiera tener me empujó a un lado y pasó a estar sobre mí, apoyando todo su peso sobre mi cuerpo, que resultó ser mayor de lo esperado. Dejó de besarme en los labios para hacer lo mismo en mi cuello. Tan solo podía oír nuestras respiraciones agitadas, mi corazón desbocado y... como se desabrochaba el cinturón ¿El cinturón? Abrí los ojos justo cuando llevó su mano a mi entrepierna y comenzó a desabrocharme los botones del pantalón. De inmediato lo aparté de un empujón. ¿Qué me estaba ocurriendo? Intenté ponerme de pie pero por poco caigo de nuevo al suelo. Me apoyé en un árbol cercano para recuperar la estabilidad.
  • ¿Liam? ¿Qué haces?

Paul se estaba levantando y me miraba sorprendido y preocupado. Yo estaba totalmente confuso y desorientado. Dio un paso en mi dirección y retrocedí asustado y jadeando con tan mala suerte que tropecé con una raíz de árbol y caí al suelo de espaldas. Paul se agachó a mi lado y me tocó el hombro. Lo aparté de un manotazo y tras incorporarme lo más rápido que pude eché a correr. Lo único que podía pensar es en huir, escapar de ese lugar. Las ramas de los árboles me arañaban la piel pero no me detuve. Sorteé árboles, salté troncos pero a los pocos segundos me paré en seco. Una silueta negra salió del bosque a mi encuentro. No caminaba. Se deslizaba sobre el suelo. Como si no tuviera cuerpo, como si fuera humo. Estaba paralizado por el miedo y mientras veía cómo se aproximaba. Cada vez más cerca. La sombra me engulló y la oscuridad me rodeó por completo. Alguien gritó mi nombre pero ya era tarde. Todo se había vuelto negro.


Fin del tercer capítulo
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