Hoy
he soñado con él. O al menos con la imagen que tengo de él. Es lo que ocurre
cuando te enamoras de alguien a quien apenas conoces. Te puedes crear una idea
equivocada de quien es realmente. Conoces su rostro, su pelo, sus ojos… puedes
evocar su físico en tu mente y el resultado es una aproximación bastante
cercana de cómo es. O mejor dicho, de cómo tú lo ves. Pero la mente es más
complicada, más difícil de llegar a entender y por lo tanto de representar. Ni
si quiera me atrevería a decir que conozco completamente y sin reservas a mis mejores amigos, a los que conozco de
toda la vida. Cómo puedo hacerlo de alguien a quien conozco de unos pocos
meses, de conversaciones puntuales y no muy frecuentes, de pequeños vistazos y
miradas. La respuesta es que el chico de mis sueños no es el mismo que el chico
real. Tan solo una idea muy vaga de quien es. Una idea que acaba de comenzar a
formarse y que no ha sido pulida ni “perfeccionada” por la experiencia.
Seguramente
no he hecho buen uso del verbo “perfeccionar” pues no existe idea más
perfecta que la que tengo, que la que
tiene cualquier enamorado de la persona a la que quiere. Sobre todo en el
comienzo, cuando no has descubierto todavía los aspectos de su persona que
podrían no gustarte. Ahora es cuando toda la idea que le representa brilla, sin
imperfecciones, sin recuerdos del dolor que inevitablemente te causará. Porque
el amor conlleva dolor y eso nadie lo duda.
El
chico de mis sueños no cree en las etiquetas. Las cosas son lo que son sin
necesidad de darles nombre. Eso es lo que piensa. Es un rasgo que le atribuí
inconscientemente. Sería cosa del azar que su “yo” real compartiera el mismo
atributo. No es algo realmente importante pero es lo que recuerdo con más
claridad. Su deseo de disfrutar de lo que ofrece la vida sin pararse a pensar
demasiado sobre cómo podría describirlo con palabras, en cómo etiquetar las
cosas, cómo meterlas en un mismo saco. Las “lágrimas”; ¿Las metemos en el saco
de la “tristeza"? ¿Y por qué no de la “alegría”? No, no es realmente esto a lo
que se niega a dar nombre. El problema llega cuando hay que describir a las
personas. El chico alegre. La chica triste. El niño tonto. El prodigio. El
amanerado. El violento. El sincero. El cruel. El bueno. El malo. Todos cargamos
con la etiqueta que nos atribuyen, la que tenemos pegada a la frente, la que
hace que nos juzguen antes incluso de conocernos. Tampoco era eso pero me estoy
acercando a lo que realmente le molesta. ¿Qué era? Ah ya está. Lo que el chico
de mis sueños se resiste a aceptar son los nombres de las relaciones entre las
personas. Es lo que él no aguanta. No quiere verse atrapado por una palabra. “Novio” “Novia” “Amante” “Esposo” “Amigo”
“Rollo”. No siente la necesidad de darle nombre a lo que tenemos. Porque
aunque no lo he dicho, al contrario de lo que sucede en la vida real, en el
sueño tenemos algo. Para él es tan real
como para mí aunque no quiere atarse con las cadenas de lo que conlleva una
palabra. ¿Cómo se tiene que comportar un novio? ¿Hacer esto es lo correcto de
acuerdo con el nombre que nos hemos autoimpuesto? Y lo que dicen los demás. Eso
es lo que más le reconcome por dentro. Personas que se creen en el deber moral
de comunicarte lo que estás haciendo mal por la etiqueta que conocen de tu
relación. Es por eso que decide librarse de esas complicaciones. Lo que es, es
y ya está. Por ahora es lo que conoce y no necesita más. Vivir el ahora de
acuerdo con lo que en este mismo momento sentimos sin dejarnos condicionar por
la idea de un futuro que aún está por llegar.