Entre los pocos humanos que todavía viven la ley que impera no es otra que la ley del más fuerte. Las condiciones del nuevo mundo han llevado a muchos a hacer lo que sea por sobrevivir, por muy horrible que sea. La historia que se narra a continuación es una de muchas otras, pero un claro ejemplo de la maldad que se esconde en cada uno de nosotros.
La luna se encontraba en
lo alto del cielo nocturno, imperturbable, ajena a los terribles
crímenes que sin duda iban a suceder. Un joven de mirada fría y
distante aguardaba en silencio, apoyado en la fría pared de ladrillo
que conformaba la casa donde sus víctimas yacían dormidas en sus
camas. Lo que iba a ocurrir a continuación lo había vivido tantas
veces en su cabeza que apenas dudó cuando sus dedos encontraron la
hendidura de la ventana y tras levantarla con sumo cuidado entró
decidido a la boca del lobo. Permaneció quieto unos instantes
mientras su vista se se adaptaba a la penumbra de la habitación. No
tardó en distinguir la figura que tenía delante, un cuerpo grueso y
rudo que se ensanchaba y estrechaba con cada ruidoso ronquido. Lo
único que lamentó al rajarle la garganta fue que tal vez el cese de
sus ronquidos pudiera alertar a los demás. La sangre manó de su
cuello a borbotones. Cuando estuvo seguro de que el brillo de la vida
del hombre había abandonado completamente sus atormentados ojos
retiró la mano de su boca y se la limpió en el pantalón. Aquel
hombre le provocaba repulsión. Cuchillo en mano comenzó a andar
pesadamente hacia la puerta que daba al pasillo. El peso de una carga
que todavía no entendía empezaba a paralizar su cuerpo. Pero no
tenía tiempo para pensar en ello, debía terminar lo que había
empezado. Entró en la siguiente habitación. La persiana estaba
levantada y la ártica luz de la luna bañaba a una persona alta y
desgarbada tendida sobre las sabanas. Solo que para el joven no era
una persona, era una “bestia” cuyo derecho a vivir había perdido
hace mucho tiempo. Se arrodilló con sigilo a su lado y acercó el
filo del cuchillo a su yugular mientras colocaba la mano sobre su
boca. A pesar de lo mucho que ansiaba escuchar sus aullidos de dolor
debía tener cuidado si quería tener éxito. Con un rápido
movimiento rompió el frágil hilo que ataba a la bestia a la vida y
pudo ver en sus ojos abiertos de par en par el repentino horror de la
caída hacía la muerte. Sin embargo, decidido a no rendirse mordió
con fuerza la palma del joven a lo que este respondió con un grito
ahogado y sorprendido se tambaleó hacia atrás cayéndose sobre la
mesilla de noche. Desde el suelo se encontró con la mirada del
moribundo, que duró apenas unos instantes, pero fue suficiente para
que en sus ojos encontrara un ruin burla. El corazón del joven se
desbocó y rezó para que el resto no lo hubiera oído. Como si sus
temores hubieran cobrado vida alguien dijo:
- ¿Gregor? ¿Qué ha pasado?- No obtuvo respuesta y desde el otro lado de la casa se empezaron a oir unos pasos que se acercaban.
- ¡Despierta, la fiesta acaba de comenzar!
Le sorprendió la rapidez
con que el hombre acató todas sus ordenes y lo bien que logró
atarse los pies y la mano izquierda a las patas de la cama con las
cuerdas que había traído en su mochila. Supongo que la amenaza de
una pistola que podía volarle los sesos en cualquier momento era
motivación más que suficiente para no querer cabrearle. Se aseguró
de que estaban bien atadas y dejó la pistola sobre un sillón que
había en el lado oeste de la habitación. Después se acercó al
hombre para atarle la mano derecha.
- No hagas ninguna tontería.
- Escucha...
- shh! Ni una puta palabra ¿me oyes? - lanzó al joven una mirada de odio pero acabo resignándose y asintió con la cabeza.
- Muy bien, no te preocupes. Dentro de poco tendrás un montón de cosas que contarme.
Terminó de apretar el
nudo y salió al pasillo donde seguía esperándole el hombre tirado
en el suelo. Era joven, tendría unos veintiocho años, de anchas
espaldas y de pelo oscuro. Un rastro de sangre le manchaba medio
rostro. Le dio suavemente con la punta de los zapatos unas cuantas
veces pero empezaba a perder la paciencia y le dio más fuerte.
“mierda” pensó “tendré que arrastrarlo”. Se colocó la
pistola en la parte de atrás del pantalón y agarrándolo de los
brazos tiró fuerte de él.
- mira, no se que crees que te hemos hecho pero podemos arreglarlo. Mis amigos y yo...
- ¿Qué amigos? ¿Estos?- contestó justo cuando arrastraba al hombre al interior de la habitación. Se agachó y cogiéndole de las axilas lo levantó de un tirón y lo dejó caer sobre el colchón, a los pies del que estaba atado. Le sujetó también las muñecas a las patas de la cama.
- ¿Que... que coño les has hecho?- agotado por el esfuerzo se dejó caer pesadamente en el sillón.- ¡Eh, te estoy hablando a ti hijo de puta!- el joven se volvió hacia él con una mirada asesina y este enmudeció de golpe.
- ¿Crees que estás en posición de insultarme? Mira a tu alrededor, estas atado de manos y pies, con dos de tus amigos muertos y otro muy cerca de estarlo. Si fueras listo tendrías la puñetera boca cerrada- el joven había esperado una respuesta violenta por parte del hombre pero lo que obtuvo fue una mirada escrutadora, tranquila, parecía estar sopesando sus opciones.
- ¿Qué quieres de mi?- Optó por decir.
- Quiero que se haga justicia- el hombre le miró sin comprender- ¿De verdad no te acuerdas de mi? Igual estabas demasiado ocupado follándote a mi hermana- escupió las últimas palabras y, como había esperado, el hombre recordó.
- Mira chico, son nuevos tiempos, hacemos lo que sea por sobrevivir y aprovechamos cualquier oportunidad para disfrutar lo poco que tenemos. Incluso tu habrás hecho cosas de las que te arrepientes.
- No hasta esta noche, vosotros me habéis convertido en lo que soy, vosotros sois los culpables de esto.
- Aun puedes echarte atrás, sé que no quieres hacerlo. Vamos suéltame y hablémoslo.- el joven comenzó a reírse por lo bajo.
- ¿No lo entiendes verdad? No hay forma de hacer que cambie de opinión. Tu y tu amigo no tenéis ninguna oportunidad de sobrevivir a esta noche. Pagareis por cada uno de vuestros crímenes- el hombre abrió la boca para replicarle pero un gemido lo interrumpió. El que estaba a sus pies empezaba a despertarse. Abrió los ojos y levantó la cabeza, que parecía pesarle demasiado, y se le caía una y otra vez al colchón. Cuando se despejó un poco intentó tirar de sus brazos pero como no pudo se revolvió y se quejó con un gruñido.
- ¿pero que cojones...?
- Estas atado Freddie, este pirado al parecer quiere matarnos.- Freddie miró al joven y frunció el entrecejo.
- Tu...- susurró- Yo te conozco. Eres aquel chico de la cabaña. Al que le pegué una paliza.
- Estupendo, recuérdale los motivos por los que quiere matarnos- pero el joven no se ofendió. Al revés, todo eso parecía divertirle.
- ¿Cómo nos has encontrado?- preguntó Freddie.
- Nunca llegué a perderos. Desde el momento que me desperté y encontré a mi hermana ensangrentada en la cama juré que os perseguiría y os daría caza como viles animales que sois. Tengo que reconocer que hubo momentos, sobre todo al principio, que me costó muchísimo echarme al cuello a cualquiera de vosotros cuando os vigilaba desde las sombras. En aquellos momentos en los que uno de vosotros se alejaba del grupo y se sentaba de cuclillas detrás de algún arbusto. No sabéis lo que me tuve que contener para no coger una piedra y reventaros el cráneo a golpes. Pero sabía que tenía que esperar, tenía que elaborar un plan. Y finalmente, cuando llegasteis a la ciudad y os adueñasteis de esta casa tuve el tiempo para estudiaros, para recoger el material que necesitaba( hay una tienda pequeña de alpinismo no muy lejos al este de aquí) y para recrear vuestras muertes una y otra vez, cada una más sangrienta que la anterior. Os podéis imaginar el placer que me da veros por fin a mi merced, atados y dentro de muy poco muertos. Y os aseguro que no será agradable. Por eso y para que no creáis que soy un monstruo os permito decir vuestras últimas palabras ¿ cuál es vuestra última voluntad?
- Chúpame la polla- dijo entre dientes el mayor de ellos- el joven se echó a reír escandalosamente, la locura se abría paso entre su mente torturada.
- Me has leído la mente- dijo sonriendo de forma sardónica- Tú! Freddie te llamas ¿verdad? Ya lo has oído.
- ¿Qué?- el joven levantó el arma y se la colocó violentamente en la sien.
- Hazlo o te pego un tiro.
- No pienso chup...- el ruido del disparo retumbó en la habitación y pronto fue sustituido por el grito agónico de Freddie. Una mancha oscura se extendía en su pierna.
- La próxima será en la cabeza. Tú eliges- dijo fríamente. Con manos temblorosas levantó las palmas y le mostró al joven que no podía hacer nada con las manos atadas. Este negó con la cabeza- Con la boca- se estiró hacía delante hasta que tumbó medio cuerpo en la cama y su boca llegó a la altura de la cintura del hombre canoso. Con movimientos lentos y torpes y tras lo que al joven le pareció una eternidad Freddie ya estiraba hacía bajo del borde de los calzoncillos. El joven apartó la mirada pero se obligó a mantenerse firme. Levantó la mirada hacía el hombre que violó a su hermana y pensó que ni de lejos se acercaba a lo que había hecho él. Forzó una sonrisa y le preguntó:
- ¿Te está gustando?
- No he disfrutado más en toda mi vida- Al joven se le revolvieron las tripas.
- Suficiente- susurró, apuntó con el arma a Freddie y disparó tres veces a su espalda tras lo cual se quedó totalmente inmóvil. El hombre mayor se quedo con los ojos abiertos de par en par mirando el cuerpo de su amigo todavía sobre él y al joven, el cual tenía una mirada sombría en el rostro. La cara del hombre estaba pálida por el horror.
- ¿Qué me vas a hacer a mi?- susurró con un hilillo de voz.
- Nada. No haré nada más. Dejaré que la naturaleza siga su curso. Cuando despierte tu amigo tendrá mucha hambre, se alegrará saber que le hemos preparado un aperitivo para entonces.- el hombre pareció comprender entonces a lo que se refería y su rostro se contrajo en una mueca de odio y rabia.
- ¡CABRÓN HIJO DE PUTA!¡ERES UN PUTO ENFERMO! ¡SUÉLTAME, SUÉLTAME PARA QUE PUEDA MATARTE! - siguió despotricando hasta que el joven sacó cinta aislante de la mochila, cortó un trozo y lo colocó sobre su boca callando sus gritos. Volvió a su sillón y sacó de la mochila un bolígrafo y un cuaderno donde comenzó a escribir.
Terminó la carta con su
firma. Para entonces ya había dado la muerte definitiva a los otros
en sus camas y el hombre había dejado de gemir y de revolverse. Por
fin había comprendido que no tenía escapatoria, que no podía hacer
nada para salvarse. Ahora miraba al techo, tal vez repasando su vida,
decidiendo cuales de sus recuerdos merecen verdaderamente la pena, o
tal vez reza y está pidiendo perdón por sus pecados. El joven no
tenía modo de saberlo. Pasaron unos veinte minutos hasta que detectó
movimiento en el cadáver. Ya estaba amaneciendo y la luz permitía
ver con mayor claridad. El hombre también se dio cuenta y miró al
joven con una última mirada de súplica. Pero este se levantó y se
dio la espalda. Metió todo en la mochila menos la carta que arrancó
del cuaderno y un trozo de cinta aislante. Salió de la habitación y
entornó la puerta hasta casi cerrarla. Pudo oír en ese momento los
gemidos y gruñidos mezclados del hombre y del no muerto. Y entonces
el ruido de la carne desgarrándose le heló la sangre. Los aullidos
salvajes del hombre ahogados por la cinta aislante le llegaban con
una claridad horripilante. Cerró la puerta. Alzó la hoja de papel y
la sujetó con el trozo de cinta aislante. Exhaló el aire que había
estado guardando mientras miraba por última vez aquella nota. Se dio
la vuelta y comenzó a andar, sin volver la vista atrás.
A los
supervivientes:
Antes que nada quisiera explicar que no intento excusar mis actos. Tan solo espero que si alguien encuentra esta nota pueda dar sentido a lo que detrás de esta puerta se esconde o que directamente se abstenga de contemplar el horror de mis crímenes, motivos de mi vergüenza pero también de mi liberación.
Antes que nada quisiera explicar que no intento excusar mis actos. Tan solo espero que si alguien encuentra esta nota pueda dar sentido a lo que detrás de esta puerta se esconde o que directamente se abstenga de contemplar el horror de mis crímenes, motivos de mi vergüenza pero también de mi liberación.
Tú que para llegar
hasta aquí habrás sentido y padecido las perdidas que todos los que
vagamos en estas tierras inhóspitas estamos condenados a sufrir. Tú
que has sentido la muerte de cerca, que te ha susurrado al oído y,
por fortuna o por desgracia, has conseguido esquivarla aunque sea al
menos un día más. Sin duda, estas preparado para juzgar por ti
mismo las atrocidades que me vi obligado a cometer. Podrías decirme
que como ser humano no me vi obligado a nada, que siempre tenemos la
opción de elegir. Pero yo que he experimentado el deseo de venganza
en mis propias carnes y que la he sentido consumiéndome por dentro
como un fuego abrasador no fui capaz de evitarla. O tal vez fui
demasiado cobarde para enfrentarme a la vida y pasar página. No lo
sé. Por eso confío en tu buen juicio para que tu mismo valores
hasta que punto lo que hice está justificado. Por mi parte, aunque
finalmente me des tu absolución, me creas merecedor del infierno o
simplemente dejes esa decisión en manos de Dios, viviré de igual
modo pues no tengo manera de enterarme si estas leyendo esto o no y
no pienso volver a este lugar incluso existiendo la posibilidad de
que alguien escriba una respuesta .
Soy conocedor de mis
delitos pero no hay arrepentimiento en mi corazón. Si tuviera la
oportunidad de limpiar mis actos y volver unos instantes antes de
cometerlos lo volvería a hacer, una y mil veces. Porque no concibo
un mundo en el que estos hombres vaguen libremente y a sus anchas sin
castigo.
No te he contado lo
que sucedió, lo que me hizo creer que tenía derecho a decidir sobre
la vida o la muerte y aplicar mi propia justicia. La historia de como
mi hermana y yo llegamos a perder a toda nuestra familia y a las
personas cuyos destinos se unieron a los nuestros en nuestro camino
no te dirá nada pues tu mismo lo habrás experimentado. Desde lo que
algunos llamaron el “Apocalipsis” y millares de no muertos
tomaron las ciudades devorando y convirtiendo a la gente a su paso,
todos los que ahora vivimos conocemos su brutalidad. Sin embargo, una
brutalidad irracional, algo por lo que no los puedes culpar en la
forma en la que culpas a un ser humano. La historia de cómo
sembraron en mí la semilla del odio sucedió muchos más tarde,
cuando solo tenía a mi hermana y nos cuidábamos el uno al otro.
Era una noche fría de
invierno. La comida escaseaba pero por suerte eso significaba la
estación más tranquila del año. Los cuerpos de los no muertos, al
no poseer su propio calor corporal, quedaban aletargados y no solían
moverse a no ser que olfatearan en el aire el olor de su próxima
presa. Mi hermana y yo llevábamos un tiempo en una pequeña cabaña
del bosque. Cazábamos y recolectábamos lo justo para sobrevivir.
Pero nos iba bien. Hasta que esa noche oímos como tiraban la puerta
abajo. Nos levantamos sobresaltados y de inmediato cogimos los
cuchillos de la mesilla. Si se trataban de no muertos debíamos
actuar deprisa. Nos jugábamos la vida en ello. Salimos de la
habitación y nos encontramos con cuatro hombres que, en el momento
de vernos levantaron sus armas hacía nuestras cabezas. El más mayor
dio un paso hacia nosotros con la escopeta apuntándonos. Nos ordenó
que tiráramos los cuchillos al suelo y nosotros, conscientes de
nuestra inferioridad, obedecimos. No mediamos palabra, en cuanto
tuvieron la oportunidad me golpearon con la culata de una pistola y
caí inconsciente.
Cuando desperté,
estaba maniatado y amordazado. Lo primero que escuché fueron los
muelles del colchón que me recordaron a cuando mi hermana y yo
éramos pequeños y saltábamos sobre la cama. En cuanto la neblina
de mi mente se despejó, a mis oídos también llegaron jadeos y
gemidos procedentes de la habitación. Al momento supe que
significaban y miré aterrado entre la puerta entornada. Un hombre
embestía contra el cuerpo de mi hermana que gemía y gemía
suplicando ayuda. Grité su nombre, o lo intenté, pero de mi boca
solo salían alaridos incomprensibles. Me tiré al suelo y me
arrastré el tiempo que tardo uno de los hombres en venir y darme una
patada en el estómago. Me doblé de dolor pero no cesé en mi
intento de ayudar a mi hermana. Eso le dio motivos al hombre para
pegarme una y otra vez. Rozaba el borde de la inconsciencia cuando oí
el grito del hombre que estaba en la habitación “ ¡me ha mordido!
¡será hija de puta!” y al segundo un disparo. Comprendí lo que
había pasado justo antes de que todo se volviera negro.
Ahora conoces mi
historia. El resto es producto de la “piedad” que mostraron
dejándome con vida. Sujetar entre mis brazos el cuerpo inerte y
ultrajado de mi hermana fue la experiencia más dolorosa que jamás
he vivido. En ese momento juré que se haría justicia. Y así ha
sido.
Si alguna vez, como
yo, te ves envuelto por las circunstancias y estas te llevan por el
camino del odio y la venganza te anticipo lo que vendrá después de
que lo hayas recorrido: un vacío tan hondo que no encontrarás
motivos para seguir viviendo un día más. Cuando conviertes el deseo
de venganza en tu única motivación y pones en ello toda tu alma y
dedicación cuando acaba ya no te queda nada. Solo ese vacío donde
únicamente hay cabida para el dolor y la tristeza. Esto no me ha
devuelto a mi hermana pero me ha permitido abandonar el odio y por
fin, llorar su muerte.
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